El hombre malo quedó asombrado al ver que el bueno era yerno del zar y que había recuperado los ojos que él le había quitado. Tuvo miedo, y no sabiendo qué decir, permaneció silencioso. —No tengas miedo —le dijo el hombre bueno—; yo no guardo rencor nunca a nadie.
Y ese modo de ser, la espiritualidad, es lo más característico del hombre: lo que le hace persona, capaz de amar y de ser feliz, partícipe de la naturaleza divina, sujeto irrepetible e insustituible que es objeto directo del amor divino. La espiritualidad humana y la vida cristiana